jueves, 6 de junio de 2013

La escuela de detectives - Publicación y primeras visitas a escuelas

"La escuela de detectives" se publicó en marzo de 2011. Es decir que desde la entrega de premios hasta que tuve el libro en mis manos, pasó casi un año.

La ilustradora del libro fue Magalí Mansilla, que hizo un trabajo magnífico.

Fue mi quinto libro, pero el primero publicado por una editorial grande y como consecuencia de un concurso. Los anteriores habían sido "El Mundo era una isla" (tres ediciones en Baesa y la cuarta en Homely), "A través de las montañas" (Baesa), "Mi amigo Domingo Savio" (primera edición en Homely y segunda en Logos) y "Cómo cosechar buenas notas" (Editorial Sembrar Valores). 

Ese mismo año participé en dos encuentros en colegios. Fui al Colegio Guadalupe, de Palermo, y a la Escuela 16 de Villa Devoto. Nunca había estado en esa situación, pero realmente me sentí muy cómodo. Las preguntas de los chicos, su afecto y su interés por los personajes que yo había creado me emocionó.

Raquel Barthé hizo una elogiosa crítica en "El mangrullito curioso", por la que le estoy muy agradecido: http://www.mangrullitocurioso.com.ar/descargas/MANGRULLITO%2012.pdf

La escuela de detectives - Finalista Concurso Sigmar 2010

En el año 2009 participé en el Concurso Sigmar. Mi trabajo se titulaba inicialmente "Román y la escuela de detectives", pero la coordinadora del taller literario al que por entonces asistía, Elsa Todoroff, me sugirió reducirlo. Su asesoramiento fue muy importante, me ayudó a que los lectores se metieran de entrada en la historia, sin hacer preámbulos innecesarios.

No estaba al corriente de cómo se resolvían esos concursos. Ahora sé que a fines de noviembre (un mes después del cierre) se publican los finalistas, es decir aquellos que fueron seleccionados por el pre-jurado para ser enviados al jurado. En ese entonces, no tenía idea, así que cuando llamaron a casa para avisarme que "mi cuento no había ganado" no entendí demasiado. ¿Habrían hecho lo mismo con todos los concursantes? ¿Y para qué? El malentendido se aclaró más adelante: la editorial descontaba que yo sabía que era finalista y que estaría pendiente del resultado.

Fui a la entrega de premios, muy contento de haber sido finalista en mi primera participación en el concurso. Me dieron un diploma y volví a casa. Me dijeron que era probable que me publicaran el cuento, pero no seguro. Estábamos en el mes de abril de 2010.

La escuela de detectives - El llamado de Platense


Mis padres nacieron en Victoria (Entre Ríos). Cuando yo nací, vivían en Capital Federal. Yo nací en una clínica de Avellaneda. Más tarde, nos fuimos a vivir a Olivos (Pcia. de Buenos Aires).

El Club de la zona era Platense. Por aquellos años, Platense era un club legendario ya que cada campeonato lograba salvarse del descenso de una manera milagrosa. Mis padres iban al Club y yo practicaba voley. Un día veo en la cartelera que se prueban arqueros de la clase 1961. Mi clase.

Y así, a los 15 años, estaba una tarde en la cancha auxiliar de Platense con mi buzo negro, mis pantalones blancos y unos flamantes guantes, listo para la prueba. Éramos tres: un flaco que medía casi dos metros, un gordo enorme y yo, que parecía el hermanito menor.

El entrenador era Topini, arquero de Platense de los años 60. Al verme, me mandó en primer lugar a hacer la prueba. Era una desventaja, porque los otros sabrían de qué se trataba. En la tribuna estaban mis padres. El plantel de Primera y reserva estaba entrenando en esa misma cancha.

La primera prueba fue para evaluar mi "timming" (Eso lo supe después). Debía pararme el el área chica, Topini me lanzaba una pelota bombeada (caía besando el travesaño) y yo debía sacarla. En esa época me gustaba "volar", así que trataba en cada intento de sacar la pelota acrobáticamente, tirándome hacia atrás: era imposible. Me azotaba contra el piso, que era muy duro, sin poder tocar la pelota.

Finalmente Topini, apiadado de los porrazos que me estaba dando, me dijo que debía dar tres pasos hacia atrás y sacarla con la punta de los dedos. El gordo y el flaco no aprovecharon su ventaja: hicieron el mismo papelón que yo.

La segunda fue muy parecida a un pelotón de fusilamiento: una cantidad de pelotas en cada vértice del área y dos pateadores (uno se llamaba Belloni) remataban al arco. El ejercicio me era más conocido, pero la puntería y sobre todo, la potencia de estos ignotos jugadores era terrible. Además cuando ya había pateado uno, tomaba carrera el otro. Las pelotas llegaban como misiles simultáneos al arco y uno iba de un palo al otro, totalmente fuera de control. Una me dio en la cara, otra en un poste, las demás entraron todas y se amontonaron en la red. El gordo y el flaco hicieron el mismo papelón.

La prueba final fue detener a un delantero que venía con pelota dominada. En este caso era Miguel Ángel Juárez, que después jugaría en el Ferro de Griguol. Al primer intento me dejó desparramado en el piso, después de darme un rodillazo en la boca. Mientras me acomodaba la dentadura, Topini me dijo: "Si no se la podés sacar, al menos voltealo". ¡Voltear a semejante bestia!

Fui a tacklearlo, pero me llevó a la rastra. La tercera vez, me gambeteó como si fuera una morsa. Ni me fijé cómo les iba al flaco y al gordo. Tenía dolor en todo el cuerpo.

Al final del suplicio, Topini nos reunió en un costado de la cancha y nos dijo: "Muy bien, muchachos... En cualquier momento los vamos a llamar."

Esa semana, cada vez que el teléfono sonaba pegaba un salto. Pero Topini nunca llamó. De eso hace hoy 36 años. No pierdo las esperanzas, bromeo. Pero dificilmente el ex arquero haya anotado correctamente mi teléfono: después de ese episodio me mudé seis veces...

Esta anécdota también tuvo que ver con "La escuela de detectives", ya que el abuelo de Román le comenta una y otra vez este episodio para enseñar a su nieto que en la vida, no hay que perder las esperanzas...

La escuela de detectives - Mi corta carrera en la profesión


Cuando yo era chico veraneaba (los tres meses) en un campo, en Victoria, Entre Ríos. Una de las tradiciones de la zona es la siesta. Pero a mí, de chico, no me gustaba nada dormir siesta. Con mis padres negociamos que yo haría algo tranquilo durante la siesta (nada de fútbol o pileta) y entonces podía permanecer levantado. Entonces yo leía y dibujaba. Leía de todo, sobre todo historietas.

Algo que me fascinaban eran los avisos que aparecían en esas revistas: aprenda a dibujar, aprenda a tocar el saxofón, aprenda magia... Siempre me impresionó esa capacidad que tenemos de aprender. Pero el aviso que más me intrigaba era el que muestro en la imagen: ¡Entre al fascinante mundo de los detectives! Y el hombre con sombrero y pipa...

Durante mucho tiempo me quedé dándole vueltas a la posibilidad de hacer el curso (o al menos, enviar el cupón y ver qué pasaba). Finalmente, a los 12 años, se lo conté a mi papá. Y, para mi sorpresa, le pareció muy bien. Papá trabajaba en el centro (era abogado) y fue personalmente a la "Primera Escuela de Detectives", que había fundado Máximo Dabbah, ex policía.

El curso era entretenido de leer, pero salvo el primer trabajo práctico (escribir un cuento policial) los demás eran impracticables para mí. Así que esa fue mi experiencia como detective. Muchos años después, esa experiencia pondría en marcha "La escuela de detectives".